sábado, octubre 13, 2007

DUNGA, FÚTBOL Y LOS NIÑOS

NIÑOS, LOS INCONSOLABLES, LOS SOSLAYADOS

Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
leoquevedom@hotmail.com


El mundo se volvió viejo y no nos dimos cuenta. Nunca quisimos tener en cuenta al demógrafo incipiente Malthus que se adelantó a lo que iba a ocurrir. Nos quedamos pensando en el subromanticismo de Darwin y olvidamos las advertencias del filósofo de la superpoblación y la desproporción prevista en el futuro entre la población y los alimentos, porque las convertimos en neoliberalismo. ¡Que gane el más dotado y el más fuerte! De eso nada tienen los niños. De todos modos siguen llegando al mundo.

Ya no es sólo Europa en donde faltan los niños, en donde los importan de América. Sus pensionados no saben sino de viajes, pero no tienen quien los acompañe y les herede. La miseria y la piel pegada a los huesos de los niños de América y África como las de Bangladesh y Biafra es sólo una noticia que sobrecoge pero para ellos el presupuesto nunca llega. Se lo comen las ba-llenas.

Eso de que los niños primero, sólo cabe en los papeles. Las constituciones y las leyes pueden gritar, pero los gobernantes están muy lejos y no escuchan su lamento. Sólo la DIAN, encargada de los cobros, impulsa el slogan : “Ser niño no genera impuestos”, en frase ambigua. Pero la niñez sigue explotada en los negocios, y con la cara manchada de hambre en las esquinas. El niño también es un secuestrado en muchos hogares. No hay una mirada de compasión, una institución que los redima, pues todo se va en propaganda y avisos de fanfarria. La educación se dice que es gratuita, pero los niños deben pagar en los colegios del estado.

¿Hasta cuándo se es niño y hasta cuándo el estado debe responder por el mandato de velar por ellos?

¿Qué mano y qué boca se alarga para ayudar a los “expuestos”, a los hambrientos, a los enfermos, a los inocentes niños que les tocó en suerte vivir en este siglo? Cuando alguien sufre en sí la mala racha, cuando alguien se alegra de sus triunfos levanta el brazo y se persigna, vuelve los ojos al cielo y dedica su lamento o su dicha a un ser ignoto feliz y lleno, pero nadie se acuerda de los niños.

¿Nadie? Sí. Hubo uno hace muy poco. Dunga, el famoso brasilero. El callado técnico que acaba de ganar la Copa América. Él dedicó su triunfo, no a las autoridades, no a sus amigos los de arriba, no a quienes todo lo tienen, sino a todos los niños pobres del mundo. ¿Qué tiene Dunga en su manga, qué interés se resbaló por su ser cuando pensó en los niños? ¿Será que tiene ojo biónico y que ve lo que nosotros no vemos? Será que está cansado de ver a los niños en favelas y en las arenas junto al mar jugando sin zapatos y con el hambre que pica en su estómago más que el balón en cancha de tartán? Será que su oficio es tan fácil y le queda tiempo para pensar como filántropo en cosas lejos de su cargo?

–Gracias, Dunga, campeón de fútbol, psicólogo profundo, médico del alma, por este llamado a las conciencias y a los amos del oro y de la plata que ni siquiera un ¡ay! por los niños sueltan de su cerrado puño.

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